sábado, 10 de marzo de 2012

Aerofagia


Estando yo en el Museo
estudiando un documento,
se movieron los cimientos
produciéndome un mareo.

¿Qué convulsión se anunciaba?
¿Cuál fue el motivo del susto?
Pues antes se estaba a gusto
y el silencio se mascaba.

Un estampido estruendoso
vino a llenar la amplia sala.
No fue detonación de bala
pero resultó asombroso.

No hay tormenta tropical,
por muy intensa que sea
y aunque se ponga muy fea,
que consiga trueno igual.

Ocurrió que mi vecino,
en mi misma mesa sentado,
se hallaba en lectura enfrascado
de Santo Tomás de Aquino

Y al leer temas teológicos
su cuerpo mortal olvidó,
su esfínter se relajó
e irrumpió lo escatológico.



Un gas que rondaba interno
por su intestino delgado
de pronto fue liberado
y se desató un infierno.

Y ante tamaño fragor
aquel hombre volvió en sí
y con loco frenesí
de allí huyó con pavor.

No seguimos estudiando
pues el olor sofocaba
y todo el personal estaba
con los tímpanos vibrando.

Los presentes alarmados,
la sala desalojada,
carreras atropelladas
y un pánico incontrolado.

Incluso las estanterías
que son objetos inertes
se empaparon de la peste
y algunos libros caían.

Pues tal olía la cosa
que alguien, presa de horror
gritó con voz de tenor:
¡Una fuga en Celulosa!
 José M. Ramos. Pontevedra, 8 agosto 2011