domingo, 11 de marzo de 2012

Arquímedes de Siracusa

Arquímedes De Siracusa:
era tu responsabilidad
defender a tu ciudad
y Roma no tiene excusa,

una vez conquistadora,
por matarte con vileza,
cortándote la cabeza
sin juicio y sin demora.

Dentro de aquellas murallas,
un anciano dibujaba
y allí, absorto, ignoraba,
el fragor de la batalla.

Días antes, los romanos
asediaban Siracusa,
en vano pese a su lucha
y a su flota de mil naos.

Pues desde la ciudadela
mil rayos deslumbradores,
a los barcos invasores,
prendían fuego en sus velas.

A Marcelo, que comandaba
el ejército de Roma,
que los dioses una broma
parecía le gastaban.

¿Cuál era aquel gran misterio
que a toda su flota diezmaba?
¿Quién detrás de aquello estaba
que desafiaba el Imperio?

Se enteró por sus espías
que en la ciudad vivía un viejo
que con un juego de espejos
el prodigio conseguía.

Tras muchos y arduos combates,
y con paciencia duradera,
aquella ciudadela entera
sucumbió a un último embate.
Entró Marcelo triunfante
y a su ejército ordenó
buscase sin dilación
a un viejo y no a un infante.

La soldadesca al triunfar,
al pillaje dedicada,
y viéndose antaño humillada,
la orden pareció olvidar.

Arquímedes se encontraba
absorto en sus reflexiones
y un soldado sin galones,
la cabeza le cortaba.

Supo Marcelo el final
de Arquímedes y su suerte.
Lamentó mucho la muerte
de aquel anciano genial,

que mantuvo siempre a raya
con su inventiva increíble,
al ejército invencible
en mil y una batallas.

Y de esa manera tan cruenta
murió ese sabio tan grande
cuya figura hoy se expande
por la Historia de la Ciencia

y es paradigma además
de ese genio despistado,
cuyo mundo es limitado,
pues ignora a los demás.

Y se recuerda de él hoy
su principio en los fluidos
y el célebre y conocido
eureka que profirió,

cuando aquella famosa vez
salió corriendo a la calle
sin taparrabos al talle
mostrando su desnudez.

José M. Ramos. Pontevedra, 9 febrero 2012

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