sábado, 10 de marzo de 2012

Valle Inclán

De sus primeros escritos
se desprende el corolario
de que el joven fue un plagiario
y un cabeza de chorlito.

Plagió a Guy de Maupassant,
a D’Annunzio, el italiano.
Todavía con dos manos
escribía Valle Inclán.

Por su gran fogosidad
y carácter pendenciero,
retó a duelo a un tal Agüeros
por saciar su vanidad.

Cierto día otro escritor,
cuyo apellido era Bueno[i],
poniendo a reyerta freno,
su siniestra cercenó.

Y Valle, ¡oh, cruel ironía!
fue émulo de Cervantes,
pues cuando compraba guantes
de uno en uno lo hacía.

Y aquel joven ufano,
tan amigo de sentencias
y de excéntrica presencia,
tan solo tuvo una mano.

Su fama no la fue tanto,
más bien quiso seguir la estela,
aunque no llegó a las suelas,
del gran manco de Lepanto.
En uno de sus momentos
de más grande lucidez
se ausentó su estupidez
y creó los esperpentos.

Su clamor se propagó
incluso allende los mares,
y a pesar de los pesares
la Academia lo ignoró.

Y cuando le llegó el fin
más de uno se alegró
diciendo que le llegó
al cerdo su San Martín.

Pues su pose de poeta,
despertaba odio y rechazo
y solo utilizaba un brazo
para mostrar la peineta.

Aunque hoy se le recuerda,
es objetivo de aves
y por mucho que lo laves
su busto nada en la mierda,

Porque todo monumento
que erijamos en su honor,
siempre va a ser receptor
de avícolas excrementos.



[i] Manuel Bueno.

José M. Ramos. Pontevedra, septiembre 2011

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